lunes, julio 29, 2024

LA LITERATURA SE ADELANTÓ A LA CIENCIA

Por Guillermo Altares 

 EL PAÍS 

 El director #JeanJacquesAnnaud es un obseso de la precisión histórica en sus películas. Durante el rodaje de "El nombre de la rosa", la adaptación de la novela de Umberto Eco, tuvo unos cuantos días a los principales medievalistas europeos, entre ellos a Jacques le Gof y Michel Pastoureau, investigando si los monjes comían o no con la capucha puesta. Era un detalle pequeño, pero caro: si se descubrían la cabeza para comer, había que hacerles las tonsura a los extras y cobrarían mucho más. También hizo que se pintasen de negro los cerdos que aparecen en segundo plano en el patio de la abadía cuando Pastoureau le explicó que en la Edad Media los cochinos no eran rosas, sino negros o con manchas. Para la adaptación de "En busca del fuego", la gran novela prehistórica del belga J.-H. Rosny Aîné, seudónimo de Joseph Henri Honoré Boex, publicada por primera vez en 1911, no reparó en gastos: contrató al etólogo Desmond Morris, entonces una autoridad mundial como autor de El mono desnudo, para que imaginase los movimientos y lenguaje corporal de los hombres prehistóricos y al novelista y erudito Anthony Burgess (el autor de La naranja mecánica o Poderes terrenales) para inventarse las lenguas que hablan (más bien gruñen) las diferentes especies humanas que aparecen en la serie. La leyenda de Hollywood dice que cuando a William Faulkner le encargaron el guion de "Tierra de faraones", lo primero que hizo fue llamar a Howard Hawks para preguntarle “cómo diablos hablaban los faraones”. Annaud metió en nómina a Morris y Burgess para tratar de responder a esa pregunta aplicada a la prehistoria. Sin embargo, no fue suficiente. Aunque reconocieron que recreaba la prehistoria con solvencia y credibilidad (es imposible saber cómo fue, pero por lo menos podría haber sido como la reconstruyó Annaud), la mayoría de los especialistas criticaron el rigor científico del filme por un detalle crucial: dos especies humanas diferentes, una más primitiva y otra más avanzada, se supone que un neandertal y un sapiens, mantenían relaciones sexuales. Cuando se estrenó la película, en 1981, un encuentro de ese tipo parecía imposible. Sin embargo, el pasado remoto cambia constantemente y con él la percepción que la humanidad tiene de sí misma.

 Lo que a finales del siglo XX parecía un disparate, a principios del siglo XXI se convirtió en una realidad. Un equipo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania), dirigido por el biólogo sueco Svante Pääbo, logró secuenciar el ADN neandertal en 2011 y ofreció un descubrimiento que transformó la prehistoria: se produjeron hibridaciones entre neandertales y sapiens hace 70.000 años y el resultado de esos encuentros sexuales es que los humanos no africanos tenemos entre un 2% y un 4%. Desde entonces, la cosa no ha parado de complicarse y la convivencia de diferentes especies humanas que describía En busca del fuego se ha confirmado. Esta novela fue escrita cuando la prehistoria era una ciencia emergente que provocaba una mezcla de fascinación, rechazo y desconfianza: la idea de que los hombres blancos eran descendientes de una especie nacida en África no siempre cuadraba con el colonialismo y el racismo institucional que impregnaba la vida de las sociedades occidentales, que apenas hacía dos generaciones que habían abandonado la esclavitud. Si hay una ciencia que muestra sin la más mínima duda –qué tristeza que sea necesario demostrarlo– que todos los humanos somos iguales esa es sin duda el estudio del pasado remoto. El descubrimiento del equipo de Pääbo confirmaba que todas las sociedades humanas, desde hace miles de años, habían sido multiculturales, incluso multiespecies. 

Desde este mismo mes de julio, sabemos que hubo un momento en el que por lo menos ocho especies humanas cohabitan en la tierra y que la soledad de los homo sapiens, desde hace unos 40.000 años, es la excepción. Si ha habido un tema que ha interesado a la literatura prehistórica, es precisamente ese, el del encuentro de diferentes especies que comparten el mismo espacio, sobre todo entre neandertales y humanos. 

 El premio Nobel de Literatura británico William Golding, autor de El señor de las moscas, publicó en 1955, en plena Guerra Fría, la novela Los herederos (Minotauro) en la que relataba cómo un clan neandertal se enfrentaba al cercano final de su especie. En uno de los momentos más emocionantes de un libro extraño y evocador, un anciano de la tribu le confiesa a uno de los jóvenes: “Hay otra gente en el mundo”. La tribu neandertal se da cuenta de que todo ha cambiado cuando regresan en su nomadismo a los pastos ancestrales de su clan porque otras personas rondan aquel territorio. Los homo sapiens son descritos como seres crueles, que destruyen el mundo a su paso, una de las marcas de la obra de Golding. La danza del tigre (Plot), del paleontólogo sueco Björn Kurtén, es a menudo citada por expertos en la prehistoria como la mejor novela sobre el pasado remoto de la humanidad. “La danza del tigre se desarrolla en el momento de la desaparición de los neandertales”, escribe Juan Luis Arsuaga en el prólogo de la edición española. “En todos y cada uno de los lugares donde ocurrió, alguien pensó: ‘Soy el último de mi raza. Es tiempo de morir”, agrega el codirector de Atapuerca y autor junto a Juan José Millás de uno de los éxitos prehistóricos del año, La vida contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara). 

La saga de El clan del oso cavernario (EmBolsillo), de Jean M. Auel, el best-seller sobre la prehistoria por antonomasia, arranca con la historia de una niña sapiens que se queda huérfana y es adoptada por un clan neandertal. Y El último neandertal (Maeva), de Claire Cameron, relata la conexión entre una neandertal y la científica que investiga el yacimiento en el que reposa 40.000 años después, como si la relación entre las especies superase el tiempo y el espacio. En casi todos estos libros, la prehistoria es utilizada como marco para novelas de aventuras clásicas, aunque también como una reflexión sobre el poder destructor de los humanos a lo largo de los tiempos y sus implicaciones sobre el presente. Pero, por encima de todo, estos libros contienen muchas lecciones de humildad, la más importante de ellas es que estar solos es una excepción: si los primeros homo sapiens surgieron hace unos 200.000 años (aunque otros científicos hablan de 300.000) por lo menos hasta hace 40.000 años compartimos el planeta con otras especies humanas. Por qué ellos desaparecieron y nosotros seguimos aquí se mantiene como un misterio que nos interroga sobre nuestra fragilidad mucho más ahora que sabemos que somos los últimos, que ya no hay otra gente en el mundo.

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