Acabo de leerme LOS ESCRITORES INVISIBLES de Bernardo Esquinca y la verdad es que lo disfruté bastante.
Que está lleno de clichés: Si. Que refuerza la mitología del escritor romántico que vive al día: También. Que el tema es un pretexto para unir dos relatos que nada tienen que ver y que el final es una vacilada para salir del paso: exacto. Pero… ¿Y qué? Si el libro te mantiene interesado, si lo puedes leer con fluidez sin tener que andarte atragantando frasecitas que buscan regodearse en el impacto poético de una metáfora (bueno, que también tiene la novela, eso sí), y si acabaste con un buen sabor de boca, entonces la novela cumplió su cometido.
Pero no nos adelantemos.
La trama va de un joven escritor entrando a la treintena (Javier Puente) que jamás ha logrado publicar nada. La buena suerte le viene al paso cuando un misterioso editor que viaja en limusina y su sexy-correctora de compañía le prometen publicarlo siempre y cuando encuentre a Roberto Rojas, un escritor que él conocía y que ha desaparecido. No hay información de su paradero ni pista alguna sobre él o su trabajo, un misterioso libro que buscan desesperadamente dos editoriales muy poderosas. En una segunda parte del libro, el escritor se encuentra en medio de un grupo literario de mujeres, amas de casa, cuyo hobbie es escribir literatura erótica morbosamente extraña.
Esos son los planteamientos, pero si ustedes son de aquellos lectores que buscan un desarrollo estricto de novela policial pues… este no es su libro. Me siento tentado a confesar que al principio catalogue está novela con la lapidaria frase: “En la línea de EL MIEDO A LOS ANIMALES” la novela estilo policial escrita por Enrique Cerna que dé policial solo tiene el estilo porque el final es ramplón y cutre, pero la verdad es que la historia de Esquinca tampoco va por los derroteros de la crítica mordaz hacia el mundo de las editoriales literarias.
Su objetivo no es señalar a nadie, ni quejarse de la hipocresía del mundo literario y sus capillas. Simplemente es el ambiente en se desarrolla la historia, un ambiente de libros, como a él le gustan. Tal vez, su crítica vaya más hacia la figura romántica del escritor “looser” que vive en una pocilga y cuya genialidad ha sido injustamente ahogada por el comercialismo detractor de las editoriales. O no sé – no lo conozco – también tenga un poco de auto-critica.
Al parecer, tal vez mi reseña casi les grita que la obra de Esquinca tiene más carencias que virtudes: No es esto, ni lo otro, ni es mordaz, ni le interesa la ruptura de bla-bla-bla. Y la verdad es algo que le agradezco al autor. Es una historia que escribió, que si te gusta: bien y si no: también. No busca sorprender a nadie con su sabiduría sobre el mundo de las editoriales, y aunque en la segunda parte intente – tal vez – impresionarnos un poco con sus extrañas tramas eróticas para libros que no existirán afuera de este, la verdad es que más que impresionarme, me picó más a su lectura.
Por ahí leí que Rodrigo Fresán había dicho del autor que poseía una imaginación sin duda mucho más ardiente que la de Ballard. Ojala y Esquinca no se lo crea, porque los escritores que se creen estas lisonjeras críticas (aunque vengan del corazón) después comienza a salir con montón de estupideces, cada vez superiores, en espera de cumplir con la profecía.
A final de cuentas hay cosas que no me agradaron en la novela y realmente no sé si deba señalar a Esquinca o a su personaje por ello. Por lo general, los lectores pensamos que los personajes principales de la novela son una especie de alter ego de sus autores y que lo que ellos opinan, no es más que un reflejo de lo que el autor piensa. A lo mejor, en la mayoría de los casos es así. A lo mejor en esta novela no, pero mientras son peras o son manzanas encuentro por ahí el típico bluf de los escritorzuelos que sienten que solo sus gustos merecen ser parte del paraíso.
Bukowski, Ballard, Palahniuk, y otros apellidos raros son mencionados como los poseedores de la verdad exquisita de las letras, y eso es algo que no soporto. Tampoco me gusta que evite al máximo decir que Ballard escribía ciencia-ficción, como si eso fuera un pecado. Además la declaración final de que “la conspiración del mundo editorial es contra todos los libros buenos, porque los libros buenos de verdad no venden” es contradictoria. Ballard vende mucho y Bukowski no se diga. Palahniuk se convirtió en Best Seller y Bret Easton Ellis también. Así que si tomáramos en serio está iluminada conclusión nos daríamos cuenta de que estos escritores tan celebrados por nuestros literatos son realmente una basura.
Finalmente me gustaría terminar señalando algo que tal vez no le gustaría mucho al autor pero que por dentro acabaría causándole la más grata de las sensaciones. Yo pienso que su novela es bastante comercial. Creo que no se detendrá en los 2000 ejemplares que marca su tiraje sino que se venderá más. Y sé que muchos de sus lectores serán escritores porque como ocurre con Harry Potter y los preadolescentes, muchos escritores no podrán evitar el atractivo de verse reflejados en la situación del personaje principal. A esos escritores yo les digo: no entren buscando un estudio a conciencia sobre el infierno interior de “aquellos que escriben”. Es un cuento grato y desinhibido, no un tratado psicológico sobre el escritor y el mundo de las editoriales… es una novelita para lo que deben ser escritas todas las novelas: para ser leída y disfrutada.
Párale de contar.
LOS ESCRITORES INVISIBLES
de Bernardo Esquinca
Col. Letras Mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México, 2009