domingo, junio 24, 2007

REGRESO A LA SELVA: De nuevo PANDORA EN EL CONGO


Pandora en el Congo fue la mejor novela que leí el año pasado y de hecho es una de las mejores que he leído desde hace 10 años o más. Ya antes había escrito en este mismo blog una especie de recomendación sobre la novela, pero me encontré en la página de la editorial, este dossier publicitario que puede mejor que yo, darles una visión de lo que les espera si compran la novela. Albert Sánchez Piñol fue la revelación en la literatura fantástica de este nuevo siglo y casi puedo apostarles que será un clásico. Vean por que:

PANDORA EN EL CONGO
Albert Sánchez Piñol
423 pág.
www.sumadeletras.com

SOBRE EL AUTOR

Albert Sánchez Piñol (Barcelona, 1965) es antropólogo y escritor. Su primera novela, La piel fría, fue un enorme éxito de crítica y de público: vendió 100.000 ejemplares en catalán, 25.000 en español y se ha traducido a 24 idiomas. Es también autor de una colección de cuentos, Pallassos i monstres, y del ensayo Les edats d’or.

UN ESCRITOR QUE NO SE PARECE A NADIE

Albert Sánchez Piñol, cuya primera novela, La piel fría, fue un extraordinario éxito de ventas y de crítica que reveló inmediatamente a un escritor importante y absolutamente original en la actual narrativa española, presenta ahora Pandora en el Congo, que confirma con creces la calidad demostrada entonces. Ambientada como aquélla en un paraje exótico, igualmente pródiga en acción y aventuras, Pandora en el Congo tiene una mayor complejidad estructural; un excelente juego metaliterario que satisfará tanto a los aficionados a la novela de aventuras como a los amantes de las historias con trasfondo y varios niveles de lectura, en las que las cosas no son lo que parecen y que guardan una sucesión de sorpresas.

Pandora en el Congo, además, está recorrida por un magnífico sentido del humor que no es incompatible con una visión ácida de las relaciones humanas, concretamente de las relaciones de dominio, sean entre clases sociales o entre razas.

Pandora en el Congo es una excelente obra de madurez de un autor todavía joven, pero que demuestra poseer un pleno dominio de la técnica y los recursos narrativos: la intriga, el humor, la penetración psicológica, la imaginación para construir mundos fabulosos.

Sánchez Piñol se muestra ante el lector como un habilísimo prestidigitador capaz de seducir al espectador más avisado. Despliega un amplio muestrario de elementos, los baraja, los oculta, los hace reaparecer, fascina con ellos al lector y, finalmente, da la vuelta a todo lo mostrado, dejando al lector-espectador sorprendido y maravillado por el espectáculo que ha desfilado ante sus ojos. Éste lo ha seguido todo sin respirar, y no será raro que, al acabar, sienta deseos de regresar al principio para atar algún cabo suelto o volver a ver alguno de los pasos. La gran ventaja de la literatura es que permite hacerlo, y Pandora en el Congo es una de esas historias que se desea volver a leer.

Pero Sánchez Piñol no tendría la capacidad de seducción que tiene sin un poderoso dominio de su herramienta, el lenguaje. El estilo de Sánchez Piñol es el propio de los grandes autores: sencillez aparente y complejidad de fondo; un trabajo minucioso para que el lector encuentre una lectura grata y nada trabajosa.

UN COMIENZO QUE ENGANCHA

Ya el arranque de la novela es rotundo, de esos que atrapan por el cuello e impiden dejar el texto: “Esta historia empezó con tres entierros y acabó con un corazón roto: el mío.

En el verano de 1914 yo tenía diecinueve años y era medio asmático, medio pacifista y medio escritor. Medio asmático: tosía la mitad que los enfermos, pero el doble que los sanos. Medio pacifista: en realidad, yo era demasiado blandengue como para militar contra las guerras. Sólo estaba en contra de participar en ellas. Medio escritor: la palabra escritor es pretenciosa. Incluso cuando digo medio escritor exagero. Me dedicaba a escribir libros por encargo. O sea, que era un negro literario”.

Las sorpresas no van a dejar de sucederse desde ese momento, empezando por el carácter de negro del protagonista-narrador. Como un adelanto de lo que va a ser la novela, su peripecia como negro literario es una sucesión de cajas rusas, salpicada de humor. La historia y las sorpresas, sin embargo, no han hecho más que empezar. Su trabajo de negro le va a proporcionar un empleo más ambicioso y trascendente: escribir una historia que deberá salvar de la horca a un inocente acusado de asesinato. La historia es la del propio condenado, y, al igual que las que el protagonista escribía como negro, estará ambientada en África. Por cierto, que ya en los preámbulos, el lector habrá soltado bastantes carcajadas a cuenta de las sinopsis de esas aventuras africanas, disparatadas e inverosímiles.

Pero ahora el relato da un giro. Ya no se trata de historias estrafalarias, fruto de la imaginación calenturienta de un negrero literario. Ahora se trata de la vida real, y hay una real vida humana en juego. Para salvarla, el protagonista deberá narrar su historia con un doble objetivo: restablecer la verdad y conmover a una amplia audiencia.

La peripecia de este condenado a muerte es más extraordinaria que la novela más imaginativa. Tras una infancia de tintes dickensianos, recala como personal de servicio en la mansión de un aristócrata. Los hijos de éste son dos acabados productos de la clase alta británica: clasistas, racistas, asediados por problemas legales. Dos auténticas balas perdidas. El encuentro de estos dos garbanzos negros con el muchacho de clase baja está condenado a ser explosivo, y la explosión se producirá un tiempo después. En el Congo, al quehan acudido en busca de diamantes.

UN MUNDO FANTÁSTICO

Pero como en algunas buenas películas de ciencia-ficción (Depredador, por ejemplo), allí se encuentran algo más, y muy distinto, de lo previsible. Aquí, Sánchez Piñol vuelve a estar en su salsa, en ese mundo de la literatura fantástica que cuenta con tantos antecedentes ilustres como escasos seguidores en España. Sólo por esa originalidad ya sería muy meritorio el intento de Sánchez Piñol. Lo que los viajeros encuentran es una raza subterránea, los tecton. Los nombres nunca son inocentes en nuestro autor, y tecton, evidentemente, remite a lo intraterrestre, lo tectónico. Del mismo modo, la mujer tecton que enamorará al joven condenado y al escritor que recoge su historia se llama Amgam (al revés, magma).

Los acontecimientos se suceden, pautados por el relato que el condenado le hace en la cárcel al joven escritor y por las reflexiones de éste, que, irremediablemente, se va metiendo en la aventura que le cuentan. Hay aquí una reflexión sobre el poder de seducción de la literatura y sobre los diferentes modos en que distintas personas reciben una misma historia. Leemos las novelas, pero ellas, de alguna manera, también nos leen a nosotros. Sánchez Piñol conduce todo el relato con mano maestra, sin el menor desfallecimiento. Con el mismo vigor cuando narra las relaciones del grupo expedicionario que al describir el fantástico mundo sumergido bajo tierra de los tecton. Y si, a este último respecto, las resonancias que pueden acudir a la mente del lector son múltiples (por supuesto, Viaje al centro de la tierra, pero también los morlocks de H. G. Wells o el Lovecraft de En las montañas de la locura), eso no le resta un ápice de originalidad a la invención de Sánchez Piñol.

UN FINAL SORPRENDENTE

El desenlace está a la altura de las páginas precedentes. El escritor todavía se guarda una sorpresa final en la manga. Por supuesto, hay que leer hasta la última página, Pandora en el Congo es de esas novelas que no pueden dejarse. Sánchez Piñol ha escrito una novela compleja y divertida a la vez, salpicada de reflexiones sobre la condición humana y de humor. Las primeras se expresan en frases rotundas como aforismos (un ejemplo: “quien no tiene argumentos obedece a quien tiene delirios”); el humor toma diversas formas, desde el ingenio verbal (“me pareció que dudaba entre expulsarme o darme una paliza y expulsarme”) a la ironía malvada (“nunca le faltaría trabajo en las minas”, a propósito del futuro del protagonista, y como si ése fuera un futuro halagüeño).

Pocas veces la literatura acierta a conjugar esa riqueza de fondo con una forma absolutamente entretenida y divertida. Cuando lo consigue, la lectura es una fiesta y podemos tener la certeza de encontrarnos ante un autor de primera fila. Estamos seguros de que en esta ocasión las dos cosas serán ciertas.

ENTREVISTA CON EL AUTOR
Albert Sánchez Piñol: “Necesitamos al monstruo para saber lo que no somos”

-Da la impresión de que ha acotado un terreno, o una fórmula, que prácticamente nadie más cultiva en España: novela de aventuras con un trasfondo más profundo, existencial en cierto modo (en La piel fría, sobre todo,) metaliterario en este caso. ¿Va a ser ése tu terreno?

-Muy posiblemente. Me siento muy cómodo en la frontera de un género que incluye elementos fantásticos pero que cuesta de clasificar. De todos modos hasta ahora también he escrito relatos cortos y ensayos divulgativos, y no creo que los abandone.


-La fórmula es novedosa aquí y ahora, pero el género de aventuras fantásticas tiene ilustres precedentes clásicos (Wells, Lovecraft, Verne…). ¿Qué influencias reconoce o cuáles son sus autores de culto en este género?

-Por la temática de mis novelas es lógico, y casi inevitable, que me asocien con autores como los que cita. Pero en realidad creo que son más puntuales que otra cosa. Si en Pandora en el Congo se incluye un viaje al interior de la Tierra ya tenemos a Verne servido. En todo caso, y en un relato que en buena parte es un viaje hacia el horror, cualquier lector puede intuir la carga metafórica del episodio. En cuanto a Lovecraft, yo comparto la opinión de Borges de que su error, o limitaciones, eran que “mostraba al monstruo” (Borges dixit). En mi caso el monstruo me sirve más como catapulta para hablar de otros temas. Wells quizás sea una referencia más cercana, pero si tuviera que señalar a alguien me quedaría con Conrad.

-Algunas similitudes de esta novela con respecto a la anterior son obvias. Ha hablado de una trilogía. ¿La concibió así desde el principio? ¿Tiene ya muy elaborada la siguiente?

-La tercera parte de la trilogía está diseñada, pero ahora mismo me interesa más escribir otras historias. Una consiste en las relaciones históricas entre Occidente y los Pigmeos del centro de África. Es un relato tan apasionante, y con unos personajes tan potentes, que incluir el elemento de ficción lo estropearía. Por otra, estoy adaptando unos relatos orales bosquimanos del que espero que salga una novela corta deliciosa. En cuanto a la concepción de la trilogía, se puso en marcha mientras redactaba La piel fría. Me sabía mal cerrar la historia, y al mismo tiempo era consciente que un relato circular como aquel no debía tocarse. De ahí la concepción de la trilogía: no tanto como continuidad de personajes y argumento, sino retomando unos elementos que se repiten simétricamente para contar tres historias diferentes. El espacio escénico (es casi lo mismo encerrar a unos personajes en una isla rodeada de un océano frío que en un claro de la selva rodeado por la jungla africana),y el elemento fantástico (en la primera parte aparece del mar, en la segunda de la tierra y en la tercera del cielo).

-Los monstruos, escasamente descritos por aquello que decía Borges de Lovecraft, son siempre antropomorfos. No parece casual, parece querer decirnos que son como nosotros o que nosotros podemos ser ellos.

-El monstruo como tal tiene una utilidad social nada desdeñable. Necesitamos al monstruo para saber lo que no somos. Necesitamos, por así decirlo, espejos en negativo de nosotros mismos para acotar nuestro yo, personal o colectivo. De hecho ese es el origen de las ferias de freakies en el mundo anglosajón. (Y un apunte: fíjese que esta misma palabra —freakie— ha derivado hacia un sentido banal, frívolo y hasta casposo, pero en el fondo sigue manteniendo la misma función). Volviendo a la pregunta: ya que el monstruo sirve para expulsar de nosotros lo repulsivo, cojamos esa fórmula y apliquémosla a la literatura. Todo el proceso narrativo de La piel fría consiste en explicar la aproximación del protagonista a un Otro absoluto. En Pandora en el Congo, a la inversa, el personaje central se deslinda de un Yo colectivo monstruoso.

-Tampoco son casuales los nombres de los monstruos. Si antes eran acuáticos, ahora son tectónicos y magmáticos.

-Ya que construimos un texto, exploremos todas sus posibilidades. Y la nomenclatura es una de ellas. Que la protagonista femenina de La piel fría fuera una sirena y se llamara Aneris (Sirena al revés) me parecía muy adecuado. Algo similar ocurre con la protagonista intraterráquea de Pandora en el Congo, Amgam.

-Y esas relaciones sexuales entre humanos y monstruos son inquietantes, pero también parecen una forma de defender la comprensión hacia el Otro de un modo extremo.

-Mi problema es que ni siquiera puedo entender que eso sea motivo de sorpresa, mucho menos de escándalo. La literatura es el dominio de lo imposible. Siempre que un argumento siga fórmulas lógicas nos lo podemos permitir todo o casi todo. Por lo demás, la pregunta acierta en la cuestión básica. La frontera natural del yo es el cuerpo, que puede contactar con el otro mediante el sexo o la violencia: la aceptación o el rechazo en sus términos más absolutos.

-Aquí el humor es un ingrediente fundamental, y muy logrado por cierto. ¿Le parece básico? ¿Es un intento de quitar tensión a la historia?

-La atmósfera de Pandora en el Congo es muy distinta de La piel fría, y aquí el humor tiene cabida. Además, al tratarse de dos historias que avanzan en paralelo el humor aplicado a una

de ellas permite ahondar, y separar, dos mundos muy diferentes.

-Sin embargo, por debajo del humor parece haber un cierto pesimismo sobre la condición humana, patente en muchos momentos.

- Puesto que todo el mundo señala este pesimismo que menciona, tendré que rendirme a la evidencia. Se trata de una historia que pone sobre la mesa la capacidad de seducción de nuestros imaginarios colectivos. Pero al mismo tiempo pone de manifiesto que esos mismos imaginarios son, simple y llanamente, una construcción a la que otorgamos credibilidad. Bien, es inevitable que poner sobre la mesa el alcance de lo falso genere cierto desencanto. Como autor, y hasta como ciudadano, creo que ello nos tendría que llevar a una conclusión más constructiva que pesimista: ya que los imaginarios son necesarios, asumamos que lo son, y que al menos sean bonitos.

-El aspecto metaliterario me parece esencial en esta novela. Concretamente, el hecho de las diversas interpretaciones a que da lugar un mismo texto (las interpretaciones de MacMahon o de Hardlington), o la capacidad de seducción de los personajes (Tommy se enamora de Amgam).

- Desde luego. Estamos hablando de una novela que habla de una novela. De un autor que observa desde medio siglo de distancia cómo fue el proceso de elaboración de su primer texto propio. (Del cual, por cierto, en ningún momento se menciona el título). Además, el autor se presenta como un negro literario que afronta su primera historia independiente. Todos los personajes secundarios (MacMahon y Hardlington, como bien señala, pero también el juez del caso Garvey y la opinión pública) valoran de una forma diametralmente distinta el mismo contenido. Cada uno tiene su propia versión. ¡E incluso todo el texto de Pandora en el Congo puede considerarse como una última versión más de esa misma novela que no existe!: la que hace el autor, Thomas Thomson, cuando rescribe la historia de la historia sesenta años después. Por mi parte, no puedo dejar de decir que existe un cierto sarcasmo hacia eso que ha venido a llamarse metaliteratura. Después de todo, al final de la historia llegamos a conocer el origen de una historia tan retorcida y barroca: cuatro páginas mal escritas de un guión mediocre.


-Es evidente que la novela tiene dos niveles de lectura: el superficial, que tiene que ver con el relato de aventuras, y por lo tanto, paradójicamente, con el mundo intraterrestre de los tecton; y otro más profundo, con esas reflexiones que decimos y toda la carga literaria. ¿Quién sería el lector ideal de la novela?

-Yo no creo mucho en la idea del lector ideal. Y lo digo por experiencia. En las reuniones con lectores me he encontrado desde chavales de quince años hasta señoras de setenta. A mi me interesaba mucho, muchísimo, crear y desmentir imaginarios en una misma historia, y resaltar los absurdos que puede comportar ese discurso literario que tiene como objeto el mismo discurso literario. Pero otros lectores verán otros elementos. Por ejemplo: es innegable que Pandora en el congo puede ser leída como una historia de aventuras, sin más. También podría afirmarse que es una novela fantástica, o de amor, o de horror. Incluso de serie negra; hay un doble asesinato, un sospechoso, un investigador (en este caso, un escritor), un juicio y una determinación final del culpable. Con todos estos géneros por en medio me resulta imposible buscar un lector ideal.

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